martes, 23 de agosto de 2011

La manzana de Ferhad: Texto del libro "Alamut" de Vladimir Bartol

El del escultor Ferhad y de la princesa Shirin.
Shirín era de origen cristiano. Era tan extraordinariamente hermosa, que por pudor y envidia, hasta las flores inclinaban las corolas a su paso por los prados y jardines. Cuando se convirtió en la mujer del rey Josrow Parviz, el más poderoso monarca de la antigua Persia, todo el pueblo se sublevó pues no soportaban que una infiel tuviera acceso al trono. Pero el rey la amaba tanto que consiguió imponérsela hasta a sus enemigos. Ahora bien, Josrow Parviz no sólo era un monarca poderoso sino también un hombre prudente. Sabía hasta qué punto la belleza terrestre es efímera. Decidido a conservar una imagen duradera del encantador rostro y del espléndido cuerpo de su esposa, llamó al escultor más célebre de su tiempo, Ferhad, y le ordenó llevar aquellas preciosas formas al mármol. Enfrentado día tras día a los encantos celestiales de la princesa, el joven artista concibió por ella un amor que nada pudo ahogar. Estuviera donde estuviera, incluso sin quererlo, tanto en la vigilia como en sueños, veía por doquier su rostro divino. Finalmente no pudo seguir ocultando su pasión. Mientras más se iba pareciendo la estatua a su modelo vivo, más era el ardor que ponía Ferhad en su trabajo; sus miradas y hasta el sonido de su voz, traicionaban la tempestad que asolaba su corazón. Un día el mismo rey se dio cuenta de ello. Loco de celos, sacó su espada pero Shirín se interpuso y protegió al artista con su propio cuerpo. Sensible a la perfección del trabajo que Ferhad acababa de realizar, Josrow le perdonó la vida pero lo exilió para siempre en los solitarios montes de Bizutum. En medio de la inconsolable obsesión de aquel amor sin esperanzas. Ferhad perdió la razón. Loco de dolor, empuñó el martillo y el cincel y se puso a tallar en la arista rocosa de la montaña una imensa estatua de Shirín. Estatua que aún es visible hoy: se diría que uno contempla la forma viva de la divina princesa saliendo del baño, saludada por el corcel favorito del rey, Shebdis, piafando y caracoleando de juventud y ardor.
Se sabe que el rey envió entonces a las montañas de Bizutum un mensajero encargado de anunciar la falsa noticia de la muerte de la reina Shirín. Ferhad no quiso seguir viviendo. En medio de su insoportable dolor, se arrojó sobre su hacha, que le hendió el pecho en dos. Se cuenta que el hierro del hacha, al caer, se clavó en el suelo y que el mango impregnado con la sangre que manaba del corazón del artista reverdeció, floreció y fructificó: el fruto que dio no es otro que la granada, que en recuerdo del infortunado escultor tiene también el corazón hendido y sangra cuando se lo abre, de ahí el sobrenombre de "manzana de Ferhad".

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