viernes, 26 de agosto de 2011

Textos y citas del libro de Roberto Arlt "Los siete locos"



- ¿Para usted la vida no tiene sentido?
 - Absolutamente ninguno. Nacemos, vivimos, morimos, sin que por eso dejen las estrellas de moverse y las hormigas de trabajar.

¿Y cómo piensa usted metalizar sus flores?
–Fácilmente... Se toma una rosa, por ejemplo, y se la sumerge en una solución de nitrato de plata disuelto en alcohol. Luego se coloca la flor a la luz que reduce el nitrato a plata metálica, quedando de consiguiente la rosa cubierta de una finísima película metálica, conductora de corriente. Luego se trata por el común procedimiento galvanoplastia» del cabreado... y, naturalmente, la flor queda convertida en una rosa de cobre.

¿Cuándo saltará mi coraje? Y ése es el acontecimiento que espero. Algún día algo monstruosamente estallará en mí y yo me convertiré en otro hombre.

Si ahora viniera un dios y me preguntara: ¿Quieres tener fuerzas para destruir a la humanidad? ¿Yo la destruiría? ¿La destruiría yo? No, no la destruiría. Porque el poder hacerlo le quitaría interés al asunto. Además, ¿qué iba a hacer yo solo en la tierra?

Para todos soy la negación de la vida. Soy algo así como el no ser. Un hombre no es como acción, luego no existe. ¿O existe a pesar de no ser? Es y no es.

Pero si alguien tratara de invadir su casa, de arrebatarles un centavo o de tocarles la mujer, se volverían como fieras. ¿Y yo por qué no me he rebelado? ¿Quién puede contestarme a esta pregunta? Yo mismo no puedo. Sé que existo así, como negación. Y cuando me digo todas estas cosas no estoy triste, sino que el alma se me queda en silencio, la cabeza en vacío. Entonces, después de ese silencio y vacío me sube desde el corazón la curiosidad del asesinato. Eso mismo. No estoy loco, ya que sé pensar, razonar. Me sube la curiosidad del asesinato, curiosidad que debe ser mi última tristeza, la tristeza de la curiosidad. O el demonio de la curiosidad. Ver cómo soy a través de un crimen. Eso, eso mismo. Ver cómo se comporta mi conciencia y mi sensibilidad en la acción de un crimen.

Para mí la única importancia que tiene el sentido de orientación de las palomas es servir como intermediarias en un chantaje.

La voz de la esposa repetía aún en sus oídos: –No me hubiera casado. Tendría un amante.Y esas palabras, que para ser pronunciadas no habían requerido sino el espacio de dos segundos de tiempo, estarían ahora resonando toda la vida en él. Cerró los ojos. Las palabras estarían toda la vida en él, arraigadas en su entraña como un crecimiento de carne. Y sus dientes rechinaron. Quería sufrir más aún, agotarse de dolor, desangrarse en un lento chorrear de angustia. Y con las manos pegadas a los muslos, tieso como un muerto en su ataúd, sin volver la cabeza, reteniendo el galope de su respiración, preguntó con voz sibilante:
-       ¿Y lo hubieras querido?
-       ¿Para qué?... ¡Quién sabe!... Sí; si era bueno, ¿por qué no?
-       ¿Y dónde se hubieran visto? Porque en tu casa no iban a tolerar eso.
-       En algún hotel.
-       ¡Ah!
Un tul oscuro le cubría la mitad del semblante, y encaminándose hacia el lugar donde la conducía el deliberado deseo, avanzaba con rápidos y seguros pasos. Y deseoso de martirizar aún lo poco de esperanza que le quedaba, Erdosain continuó, con una sonrisa falsa que ella no podía distinguir en la oscuridad, y la voz suave, para que Elsa no reparara en el furor que estremecía sus labios:
-       ¿Ves? Así es lindo, en un matrimonio, poder hablar de todo con una confianza
de hermanos. Y, dime, ¿te hubieras desnudado ante él?
-       ¡No digas estupideces!
-       No; dime: ¿te hubieras desnudado?
-       ¡Y... claro! ¡No me iba a estar vestida!
Si de un hachazo le hubieran partido la columna vertebral, no quedaría más rígido. La garganta se le resecó como si por ella entrara un viento de fuego. Su corazón apenas latía; por sobre los sesos sintió correr una neblina que se le escapaba por los ojos. Caía en el silencio y la oscuridad, se sumergía en la nada por un muelle descendimiento, mientras que la firme parálisis de su carne cúbica subsistía para que la sensación de la pena se estampara más profundamente. Calló, y, sin embargo, él hubiera querido sollozar, arrodillarse ante alguien, levantarse en ese instante, vestirse e ir a dormir en el atrio de alguna casa, en el umbral de una ciudad desconocida. Enloquecido, gritó Erdosain:
- ¿Pero te das cuenta... te das cuenta de lo horrible de esto, de lo espantoso
que me has dicho? ¡Yo debía matarte! ¡Sois una perra! ¡Yo debía matarte, sí, matarte!
            - ¿Te das cuenta?
- ¡Pero qué te pasa! ¿Estás loco?
Vos has deshecho mi vida. Ahora sé por qué no te me entregabas, ¡y me has obligado a masturbarme! ¡Sí, a eso! Me has hecho un trapo de hombre. Debía matarte. El primero que venga podrá escupirme en la cara. ¿Te das cuenta? Y mientras yo robo y estafo, y sufro por vos, vos... sí, vos estás pensando en eso. ¡En que te hubieras entregado a un hombre bueno! ¿Pero te das cuenta? ¡Un hombre bueno! ¡Así, un hombre bueno!
-¿Pero estás loco?  Rápidamente se vestía Erdosain.
-¿Dónde vas? Se echó a cuestas el sobretodo; después inclinándose sobre la cama de la mujer, exclamó:
- ¿Sabes adonde voy? A un prostíbulo, a buscarme una sífilis.

.Y muchas veces se decía: ¿Qué he hecho yo por la felicidad de este desdichado cuerpo mío? Porque lo cierto es que se sentía en circunstancias tan ajeno a él, como el vino del tonel que lo contiene. Luego recaía que ese cuerpo era el que envasaba sus cavilaciones, las nutría con su sangre cansada; un miserable cuerpo mal vestido que ninguna mujer se dignaba mirar y que sentía el desprecio y la carga de los días, de la que sólo eran responsables sus pensamientos que nunca habían apetecido los placeres que reclamaba en silencio, tímidamente. Erdosain se sentía apiadado, entristecido hacia su doble físico, del que era casi un extraño. Entonces, como un desesperado que se arroja desde un séptimo piso, él se arrojaba en el delicioso terror de la masturbación, queriendo aniquilar sus remordimientos en un mundo del que nadie podía expulsarlo, rodeándose de las delicias que estaban alejadas de su vida, de todos los cuerpos más distintos y hermosos, para los que se necesitarían una suma inmensa de existencias y dinero para gozar.
Era aquél un universo de ideas gelatinosas, roto en pasadizos donde la obscenidad se vestía con las sedas y puntillas y terciopelos y guipures más costosos; un mundo resplandeciente en su pulpa crepuscular. Transitaban en él las mujeres más hermosas de la creación, desconocidas tersas que por él descubrían sus senos de manzana, ofreciendo a su boca, agriada por innobles cigarrillos, labios fragantes y palabras pesadas de sensualidad.

Puede afirmarse que hay un instinto del crimen, un instinto que le permite a uno mentir instantáneamente sin temor a incurrir en contradicciones, un instinto que es como el impulso de conservación y que en el momento más agudo de la lucha le permite encontrar recursos de salvación casi inverosímiles.

¿Sabe usted cuántos asesinatos cuesta el triunfo de un Lenin o de un Mussolini? A la gente no le interesa eso. ¿Por qué no le interesa? Porque Lenin y Mussolini triunfaron. Eso es lo esencial, lo que justifica toda causa injusta o justa.

El dinero convierte al hombre en un dios. Luego Ford, es un dios. Si es un dios puede destruir la luna.

Se ha inventado casi todo pero no ha inventado el hombre una máxima de gobierno que supere a los principios de un Cristo, un Buda. No. Naturalmente, no le discutiré el derecho al escepticismo, pero el escepticismo es un lujo de minoría... Al resto le serviremos la felicidad bien cocinada y la humanidad engullirá gozosamente la divina bazofia.

Sin inmutarme, le dije: «Doctor, vengo a verlo porque quiero saber lo que es la mala vida». El otro se quedó mirándome asombrado. Después de reflexionar unos momentos, me dijo: « ¿Con qué objeto desea usted saberlo?» Yo le expliqué tranquilamente mis propósitos y él me escuchaba con atención, frunciendo el ceño, cavilando mis palabras. Por fin dijo: «En la mujer se llama mala vida los actos sexuales ejecutados sin amor y para lucrar». Es decir, repuse yo, que mediante la mala vida, una se libra del cuerpo... y queda libre.
-       ¿Usted le contestó eso?
-       Sí.
-       ¡Qué raro!
-       ¿Por qué?
-       ¿Y luego?
-       Casi sin despedirme, salí a la calle. Estaba contenta, nunca estuve más contenta que ese día. La mala vida. Erdosain, era eso, librarse del cuerpo, tener la voluntad libre para realizar todas las cosas que se le antojaran a una. Me sentía tan feliz que al primer buen mozo que pasó y que me deseó con bonitas palabras, me entregué.
-       ¿Y luego?
¡Qué sorpresa!, cuando el hombre... ya le dije que era un guapo mozo, cayó como  una res después de satisfacerse. Lo primero que se me ocurrió fue que estaba enfermo... nunca me imaginaba eso. Más cuando el otro me explicó que aquello era natural en todos los hombres, no pude contener las ganas de reír. Así que el hombre, cuya fortaleza parecía inmensa como la de un toro... en fin, ¿usted nunca vio a un ladrón en una pieza llena de oro? En ese momento yo, la sirvienta, era el ladrón en la pieza llena de oro. Y comprendí que el mundo era mío... Después, antes de lanzarme a la prostitución, resolví estudiar... sí, no me mire asombrado, leía de todo... había llegado a la conclusión leyendo novelas, que el hombre admitía extraordinarias facultades de amor en la mujer culta... no sé si me explico bien... quiero decirle que la cultura era un disfraz que avaloraba a la mercadería.

¿Qué es lo que habrá que hacer para no sufrir? Es que llevamos el sufrimiento en nosotros. Una vez llegué a pensar que flotaba en el aire... era una idea ridícula; pero lo cierto es que la disconformidad está en uno.




jueves, 25 de agosto de 2011

Textos y citas del libro de José Luis Borges "Ficciones"


En palabras de Runeberg: El Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutación y a la muerte; para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fue ese hombre. Judas, único entre los apóstoles, intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesús. El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator (el peor delito que la infamia soporta) y a ser huésped del fuego que no se apaga. El orden inferior es un espejo del orden superior; las formas de la tierra corresponden a las formas del cielo; las manchas de la piel son un mapa de las incorruptibles constelaciones; Judas refleja de algún modo a Jesús. De allí los treinta dineros y el beso; de ahí la muerte voluntaria, para merecer aún más la Reprobación. Así dilucidó Nils Runeberg el enigma de judas. Los teólogos de todas las confesiones lo refutaron. Lars Peter Engström lo acusó de ignorar, o de preterir, la unión hipostática; Axel Borelius, de renovar la herejía de los docetas, que negaron la humanidad de Jesús; el acerado obispo de Lund, de contradecir el tercer versículo del capítulo veintidós del evangelio de San Lucas. Estos variados anatemas influyeron en Runeberg, que parcialmente reescribió el reprobado libro y modificó su doctrina. Abandonó a sus adversarios el terreno teológico y propuso oblicuas razones de orden moral. Admitió que Jesús, «que disponía de los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer», no necesitaba de un hombre para redimir a todos los hombres. Rebatió, luego, a quienes afirman que nada sabemos del inexplicable traidor; sabemos, dijo, que fue uno de los apóstoles, uno de los elegidos para anunciar el reino de los cielos, para sanar enfermos, para limpiar leprosos, para resucitar muertos y para echar fuera demonios (Mateo 10: 7-8; Lucas 9: 1). Un varón a quien ha distinguido así el Redentor merece de nosotros la mejor interpretación de sus actos. Imputar su crimen a la codicia (como lo han hecho algunos, alegando a Juan 12: 6) es resignarse al móvil más torpe. Nils Runeberg propone el móvil contrario: un hiperbólico y hasta ilimitado ascetismo. El asceta, para mayor gloria de Dios, envilece y mortifica la carne; Judas hizo lo propio con el espíritu. Renunció al honor, al bien, a la paz, al reino de los cielos, como otros, menos heroicamente, al placer.1 Premeditó con lucidez terrible sus culpas. En el adulterio suelen participar la ternura y la abnegación; en el homicidio, el coraje; en las profanaciones y la blasfemia, cierto fulgor satánico. Judas eligió aquellas
culpas no visitadas por ninguna virtud: el abuso de confianza (Juan 12: 6) y la delación. Obró con gigantesca humildad, se creyó indigno de ser bueno. Pablo ha escrito: « El que se gloria, gloríese en el Señor» (I Corintios 1: 31); Judas buscó el Infierno, porque la dicha del Señor le bastaba. Pensó que la felicidad, como el bien, es un atributo divino y que no deben usurparlo los hombres. A fines de 1907, Runeberg terminó y revisó el texto
manuscrito:  Kristus och_judas; casi dos años transcurrieron sin que lo entregara a la imprenta. En octubre de 1909, el libro apareció con un prólogo (tibio hasta lo enigmático) del hebraísta dinamarqués Erik Erfjord y con este pérfido epígrafe: «En el mundo estaba y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció» (Juan 1: 10). El argumento general no es
complejo, si bien la conclusión es monstruosa. Dios, arguye Nils Runeberg, se rebajó a ser hombre para la redención del género humano; cabe conjeturar que fue perfecto el sacrificio obrado por él, no invalidado o atenuado por omisiones. Limitar lo que padeció a la agonía de una tarde en la cruz es blasfematorio.1 Afirmar que fue hombre y que fue
incapaz de pecado encierra contradicción; los atributos de impeccabilitas y de humanitas no son compatibles. Kemnitz admite que el Redentor pudo sentir fatiga, frío, turbación, hambre y sed; también cabe admitir que pudo pecar y perderse. El famoso texto «Brotará como raíz de tierra sedienta; no hay buen parecer en él, ni hermosura; despreciado y el último de los hombres; varón de dolores, experimentado en quebrantos» (Isaías 53: 2-3), es para muchos una previsión del crucificado, en la hora de su muerte; para algunos (verbigracia, Hans Lassen Martensen), una refutación de la hermosura que el consenso vulgar atribuye a Cristo; para Runeberg, la puntual profecía no de un momento sino de todo el atroz porvenir, en el tiempo y en la eternidad, del Verbo hecho carne. Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo.
Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue judas. En vano propusieron esa revelación las librerías de Estocolmo y de Lund. Los incrédulos la consideraron, a priori, un insípido y laborioso juego teológico; los teólogos la desdeñaron. Runeberg intuyó en esa indiferencia ecuménica una casi milagrosa confirmación. Dios ordenaba esa indiferencia; Dios no quería que se propalara en la tierra Su terrible secreto. Runeberg comprendió que no era llegada la hora: Sintió que estaban convergiendo sobre él antiguas maldiciones divinas; recordó a Elías y a Moisés, que en la montaña se taparon la cara para no ver a Dios; a Isaías, que se aterró cuando sus ojos vieron a Aquel cuya gloria llena la tierra; a Saúl, cuyos ojos quedaron ciegos en el camino de Damasco; al rabino Simeón ben Azaí, que vio el Paraíso y murió; al famoso hechicero Juan de Viterbo, que enloqueció cuando pudo ver a la Trinidad; a los Midrashim, que abominan de los impíos que pronuncian el Shem Hamephorash, el Secreto Nombre de Dios. ¿No era él, acaso, culpable de ese crimen oscuro? ¿No sería ésa la blasfemia contra el Espíritu, la que no será perdonada (Mateo 12: 31)? Valerio Sorano murió por haber divulgado el oculto nombre de Roma; ¿qué infinito castigo sería el suyo, por haber descubierto y divulgado el horrible nombre de Dios? Ebrio de insomnio y de vertiginosa dialéctica, Nils Runeberg erró por las calles de Malmö, rogando a voces que le fuera deparada la gracia de compartir con el Redentor el Infierno. Murió de la rotura de un aneurisma, el primero de marzo de 1912. Los heresiólogos tal vez lo recordarán; agregó al concepto del Hijo, que parecía agotado, las complejidades del mal y del infortunio.

Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. Le pregunté el origen de esa memorable sentencia… Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are abominable) porque lo multiplican y lo divulgan»
Mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.
Una conjetura feliz afirma que hay un solo sujeto, que ese sujeto indivisible es cada uno de los seres del universo y que éstos son los órganos y máscaras de la divinidad.
En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo.
Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo  hombre.
Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso río es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo. Acaso Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres.
Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: «¿Qué busca?». Hladík le
replicó: «Busco a Dios». El bibliotecario le dijo: «Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego buscándola». (Un hombre durante un sueño)
El hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal (un gato), en la actualidad, en la eternidad del instante.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Textos y citas del libro de Ernesto Sábato: "El Túnel"

En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. ¡Cuántas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia en la sección policial!. Pero la verdad es que no siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia, más inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción. ¿Un individuo es pernicioso?. Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo que yo llamo una buena acción. Piensen cuánto peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a anónimos, maledicencia y otras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco.
Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva.
No es de eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; ya diré más adelante, si hay ocasión, algo más sobre este asunto de la rata.


Yo me pregunto por qué la realidad ha de ser simple. Mi experiencia me ha enseñado que, por el contrario, casi nunca lo es y que cuando hay algo que parece extraordinariamente claro, una acción que al parecer obedece a una causa sencilla, casi siempre hay debajo móviles más complejos. Un ejemplo de todos los días: la gente que da limosnas; en general, se considera que es más generosa y mejor que la gente que no las da. Me permitiré tratar con el mayor desdén esta teoría simplista. Cualquiera sabe que no se resuelve el problema de un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso o un pedazo de pan: solamente se resuelve el problema psicológico del señor que compra así, por casi nada, su tranquilidad espiritual y su título de generoso. Júzguese hasta qué punto esa gente es mezquina cuando no se decide a gastar más de un peso por día para asegurar su tranquilidad espiritual y la idea reconfortante y vanidosa de su bondad. ¡Cuánta más pureza de espíritu y cuánto más valor se requiere para sobrellevar la existencia de la miseria humana sin esta hipócrita (y usuaria) operación!


Es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto / Con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante / No imaginaba que mi madre pudiese tener defectos / Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté / No tengo la necia pretensión de ser perfecto / Desgraciadamente, estuve condenado a permanecer ajeno a la vida de cualquier mujer / Ya se sabe que uno puede detestar con mayor razón lo que se conoce a fondo / Es común que en las noches de insomnio sea teóricamente más decidido que durante el día, en los hechos / Novelas en esta época. Que las escriban, vaya y pase... ¡pero que las lean!

martes, 23 de agosto de 2011

La manzana de Ferhad: Texto del libro "Alamut" de Vladimir Bartol

El del escultor Ferhad y de la princesa Shirin.
Shirín era de origen cristiano. Era tan extraordinariamente hermosa, que por pudor y envidia, hasta las flores inclinaban las corolas a su paso por los prados y jardines. Cuando se convirtió en la mujer del rey Josrow Parviz, el más poderoso monarca de la antigua Persia, todo el pueblo se sublevó pues no soportaban que una infiel tuviera acceso al trono. Pero el rey la amaba tanto que consiguió imponérsela hasta a sus enemigos. Ahora bien, Josrow Parviz no sólo era un monarca poderoso sino también un hombre prudente. Sabía hasta qué punto la belleza terrestre es efímera. Decidido a conservar una imagen duradera del encantador rostro y del espléndido cuerpo de su esposa, llamó al escultor más célebre de su tiempo, Ferhad, y le ordenó llevar aquellas preciosas formas al mármol. Enfrentado día tras día a los encantos celestiales de la princesa, el joven artista concibió por ella un amor que nada pudo ahogar. Estuviera donde estuviera, incluso sin quererlo, tanto en la vigilia como en sueños, veía por doquier su rostro divino. Finalmente no pudo seguir ocultando su pasión. Mientras más se iba pareciendo la estatua a su modelo vivo, más era el ardor que ponía Ferhad en su trabajo; sus miradas y hasta el sonido de su voz, traicionaban la tempestad que asolaba su corazón. Un día el mismo rey se dio cuenta de ello. Loco de celos, sacó su espada pero Shirín se interpuso y protegió al artista con su propio cuerpo. Sensible a la perfección del trabajo que Ferhad acababa de realizar, Josrow le perdonó la vida pero lo exilió para siempre en los solitarios montes de Bizutum. En medio de la inconsolable obsesión de aquel amor sin esperanzas. Ferhad perdió la razón. Loco de dolor, empuñó el martillo y el cincel y se puso a tallar en la arista rocosa de la montaña una imensa estatua de Shirín. Estatua que aún es visible hoy: se diría que uno contempla la forma viva de la divina princesa saliendo del baño, saludada por el corcel favorito del rey, Shebdis, piafando y caracoleando de juventud y ardor.
Se sabe que el rey envió entonces a las montañas de Bizutum un mensajero encargado de anunciar la falsa noticia de la muerte de la reina Shirín. Ferhad no quiso seguir viviendo. En medio de su insoportable dolor, se arrojó sobre su hacha, que le hendió el pecho en dos. Se cuenta que el hierro del hacha, al caer, se clavó en el suelo y que el mango impregnado con la sangre que manaba del corazón del artista reverdeció, floreció y fructificó: el fruto que dio no es otro que la granada, que en recuerdo del infortunado escultor tiene también el corazón hendido y sangra cuando se lo abre, de ahí el sobrenombre de "manzana de Ferhad".

domingo, 21 de agosto de 2011

"Saliendo con Dios", extracto de "Campos de Londres" de Martín Amis

Nicola pasó gran parte de su infancia en la iglesia: querían que se interesase por la religión. Y se interesó por la religión, en cierto sentido. (Es una extraña chica vividora que no abriga ninguna esperanza en los todopoderosos). Nicola fue ciertamente muy aficionada a la blasfemia. Y así, se sorprendía a menudo imaginando que salía con Dios.
O que no salía con Él, que ya había dejado de salir con Él. El se había acostado con ella una vez, y sólo una vez: ella hizo esto para mostrarle lo que se iba a perder para siempre, por los siglos de los siglos. En la cama, Nicola Lo obligó al acto de dobletiniebla: la doblebestia con una sola espalda. Y después, ya nunca más. Dios lloró en la calle, frente a su casa. Telefoneó y telepatizó. La siguió a todas partes con Su mirada, que desprendía aquel caprichoso nimbo azul. Dios contrató a Shakespeare y a Dante para que compusieran juntos poemas para ella. Contrató a Parténope, Ligia y Leucosia para que le cantaran canciones de cuna y románticas baladas. Adoptando distintas formas, la tentó con Su carisma: se le apareció como rey David, Valentino, Byron, John Dillinger, Genghis Khan, Courbet, Muhammad Alí, Napoleón, Hemingway, el gran Schwarzenegger, Burton Else, En la escalera se materalizaban pretenciosos ramos de flores. Fatigada, ella arrojó los innumerables diamantes en el wáter y tiró de la cadena. Dios sabía que ella siempre había deseado tener los pechos un poquito más grandes e infinitesimalmente más separados. Él se ofreció a arreglar la cosa. Quería casarse con ella y llevarla a vivir a Su casa: al cielo. Todo esto se podía lograr a la velocidad de la luz. Dios dijo que Él se encargaría de hacerla vivir eternamente.
Nicola Lo largó.
Por supuesto, hubo otro hombre en su vida. Se llamaba Diablo. Nicola no vio al Diablo todo lo que - en un mundo perfecto - le habría gustado. A veces, cuando le apetecía a él, la llamaba ya tarde para que se pasara por su club de almas a altas horas de la noche, y abusaba de ella en el escenario mientras sus amigos miraban y reían. Su lío con el Diablo... no fue amor. No, a la postre ella podía coger o dejar al Diablo. Nicola hacía aquello solamente porque se lo pasaba bien y enfurecía a Dios.