- ¿Para usted la vida no tiene sentido?
- Absolutamente ninguno. Nacemos, vivimos, morimos, sin que por eso dejen las estrellas de moverse y las hormigas de trabajar.
¿Y cómo piensa usted metalizar sus flores?
–Fácilmente... Se toma una rosa, por ejemplo, y se la sumerge en una solución de nitrato de plata disuelto en alcohol. Luego se coloca la flor a la luz que reduce el nitrato a plata metálica, quedando de consiguiente la rosa cubierta de una finísima película metálica, conductora de corriente. Luego se trata por el común procedimiento galvanoplastia» del cabreado... y, naturalmente, la flor queda convertida en una rosa de cobre.
¿Cuándo saltará mi coraje? Y ése es el acontecimiento que espero. Algún día algo monstruosamente estallará en mí y yo me convertiré en otro hombre.
Si ahora viniera un dios y me preguntara: ¿Quieres tener fuerzas para destruir a la humanidad? ¿Yo la destruiría? ¿La destruiría yo? No, no la destruiría. Porque el poder hacerlo le quitaría interés al asunto. Además, ¿qué iba a hacer yo solo en la tierra?
Para todos soy la negación de la vida. Soy algo así como el no ser. Un hombre no es como acción, luego no existe. ¿O existe a pesar de no ser? Es y no es.
Pero si alguien tratara de invadir su casa, de arrebatarles un centavo o de tocarles la mujer, se volverían como fieras. ¿Y yo por qué no me he rebelado? ¿Quién puede contestarme a esta pregunta? Yo mismo no puedo. Sé que existo así, como negación. Y cuando me digo todas estas cosas no estoy triste, sino que el alma se me queda en silencio, la cabeza en vacío. Entonces, después de ese silencio y vacío me sube desde el corazón la curiosidad del asesinato. Eso mismo. No estoy loco, ya que sé pensar, razonar. Me sube la curiosidad del asesinato, curiosidad que debe ser mi última tristeza, la tristeza de la curiosidad. O el demonio de la curiosidad. Ver cómo soy a través de un crimen. Eso, eso mismo. Ver cómo se comporta mi conciencia y mi sensibilidad en la acción de un crimen.
Para mí la única importancia que tiene el sentido de orientación de las palomas es servir como intermediarias en un chantaje.
La voz de la esposa repetía aún en sus oídos: –No me hubiera casado. Tendría un amante.Y esas palabras, que para ser pronunciadas no habían requerido sino el espacio de dos segundos de tiempo, estarían ahora resonando toda la vida en él. Cerró los ojos. Las palabras estarían toda la vida en él, arraigadas en su entraña como un crecimiento de carne. Y sus dientes rechinaron. Quería sufrir más aún, agotarse de dolor, desangrarse en un lento chorrear de angustia. Y con las manos pegadas a los muslos, tieso como un muerto en su ataúd, sin volver la cabeza, reteniendo el galope de su respiración, preguntó con voz sibilante:
- ¿Y lo hubieras querido?
- ¿Para qué?... ¡Quién sabe!... Sí; si era bueno, ¿por qué no?
- ¿Y dónde se hubieran visto? Porque en tu casa no iban a tolerar eso.
- En algún hotel.
- ¡Ah!
Un tul oscuro le cubría la mitad del semblante, y encaminándose hacia el lugar donde la conducía el deliberado deseo, avanzaba con rápidos y seguros pasos. Y deseoso de martirizar aún lo poco de esperanza que le quedaba, Erdosain continuó, con una sonrisa falsa que ella no podía distinguir en la oscuridad, y la voz suave, para que Elsa no reparara en el furor que estremecía sus labios:
- ¿Ves? Así es lindo, en un matrimonio, poder hablar de todo con una confianza
de hermanos. Y, dime, ¿te hubieras desnudado ante él?
- ¡No digas estupideces!
- No; dime: ¿te hubieras desnudado?
- ¡Y... claro! ¡No me iba a estar vestida!
Si de un hachazo le hubieran partido la columna vertebral, no quedaría más rígido. La garganta se le resecó como si por ella entrara un viento de fuego. Su corazón apenas latía; por sobre los sesos sintió correr una neblina que se le escapaba por los ojos. Caía en el silencio y la oscuridad, se sumergía en la nada por un muelle descendimiento, mientras que la firme parálisis de su carne cúbica subsistía para que la sensación de la pena se estampara más profundamente. Calló, y, sin embargo, él hubiera querido sollozar, arrodillarse ante alguien, levantarse en ese instante, vestirse e ir a dormir en el atrio de alguna casa, en el umbral de una ciudad desconocida. Enloquecido, gritó Erdosain:
- ¿Pero te das cuenta... te das cuenta de lo horrible de esto, de lo espantoso
que me has dicho? ¡Yo debía matarte! ¡Sois una perra! ¡Yo debía matarte, sí, matarte!
- ¿Te das cuenta?
- ¡Pero qué te pasa! ¿Estás loco?
Vos has deshecho mi vida. Ahora sé por qué no te me entregabas, ¡y me has obligado a masturbarme! ¡Sí, a eso! Me has hecho un trapo de hombre. Debía matarte. El primero que venga podrá escupirme en la cara. ¿Te das cuenta? Y mientras yo robo y estafo, y sufro por vos, vos... sí, vos estás pensando en eso. ¡En que te hubieras entregado a un hombre bueno! ¿Pero te das cuenta? ¡Un hombre bueno! ¡Así, un hombre bueno!
-¿Pero estás loco? Rápidamente se vestía Erdosain.
-¿Dónde vas? Se echó a cuestas el sobretodo; después inclinándose sobre la cama de la mujer, exclamó:
- ¿Sabes adonde voy? A un prostíbulo, a buscarme una sífilis.
.Y muchas veces se decía: ¿Qué he hecho yo por la felicidad de este desdichado cuerpo mío? Porque lo cierto es que se sentía en circunstancias tan ajeno a él, como el vino del tonel que lo contiene. Luego recaía que ese cuerpo era el que envasaba sus cavilaciones, las nutría con su sangre cansada; un miserable cuerpo mal vestido que ninguna mujer se dignaba mirar y que sentía el desprecio y la carga de los días, de la que sólo eran responsables sus pensamientos que nunca habían apetecido los placeres que reclamaba en silencio, tímidamente. Erdosain se sentía apiadado, entristecido hacia su doble físico, del que era casi un extraño. Entonces, como un desesperado que se arroja desde un séptimo piso, él se arrojaba en el delicioso terror de la masturbación, queriendo aniquilar sus remordimientos en un mundo del que nadie podía expulsarlo, rodeándose de las delicias que estaban alejadas de su vida, de todos los cuerpos más distintos y hermosos, para los que se necesitarían una suma inmensa de existencias y dinero para gozar.
Era aquél un universo de ideas gelatinosas, roto en pasadizos donde la obscenidad se vestía con las sedas y puntillas y terciopelos y guipures más costosos; un mundo resplandeciente en su pulpa crepuscular. Transitaban en él las mujeres más hermosas de la creación, desconocidas tersas que por él descubrían sus senos de manzana, ofreciendo a su boca, agriada por innobles cigarrillos, labios fragantes y palabras pesadas de sensualidad.
Puede afirmarse que hay un instinto del crimen, un instinto que le permite a uno mentir instantáneamente sin temor a incurrir en contradicciones, un instinto que es como el impulso de conservación y que en el momento más agudo de la lucha le permite encontrar recursos de salvación casi inverosímiles.
¿Sabe usted cuántos asesinatos cuesta el triunfo de un Lenin o de un Mussolini? A la gente no le interesa eso. ¿Por qué no le interesa? Porque Lenin y Mussolini triunfaron. Eso es lo esencial, lo que justifica toda causa injusta o justa.
El dinero convierte al hombre en un dios. Luego Ford, es un dios. Si es un dios puede destruir la luna.
Se ha inventado casi todo pero no ha inventado el hombre una máxima de gobierno que supere a los principios de un Cristo, un Buda. No. Naturalmente, no le discutiré el derecho al escepticismo, pero el escepticismo es un lujo de minoría... Al resto le serviremos la felicidad bien cocinada y la humanidad engullirá gozosamente la divina bazofia.
Sin inmutarme, le dije: «Doctor, vengo a verlo porque quiero saber lo que es la mala vida». El otro se quedó mirándome asombrado. Después de reflexionar unos momentos, me dijo: « ¿Con qué objeto desea usted saberlo?» Yo le expliqué tranquilamente mis propósitos y él me escuchaba con atención, frunciendo el ceño, cavilando mis palabras. Por fin dijo: «En la mujer se llama mala vida los actos sexuales ejecutados sin amor y para lucrar». Es decir, repuse yo, que mediante la mala vida, una se libra del cuerpo... y queda libre.
- ¿Usted le contestó eso?
- Sí.
- ¡Qué raro!
- ¿Por qué?
- ¿Y luego?
- Casi sin despedirme, salí a la calle. Estaba contenta, nunca estuve más contenta que ese día. La mala vida. Erdosain, era eso, librarse del cuerpo, tener la voluntad libre para realizar todas las cosas que se le antojaran a una. Me sentía tan feliz que al primer buen mozo que pasó y que me deseó con bonitas palabras, me entregué.
- ¿Y luego?
¡Qué sorpresa!, cuando el hombre... ya le dije que era un guapo mozo, cayó como una res después de satisfacerse. Lo primero que se me ocurrió fue que estaba enfermo... nunca me imaginaba eso. Más cuando el otro me explicó que aquello era natural en todos los hombres, no pude contener las ganas de reír. Así que el hombre, cuya fortaleza parecía inmensa como la de un toro... en fin, ¿usted nunca vio a un ladrón en una pieza llena de oro? En ese momento yo, la sirvienta, era el ladrón en la pieza llena de oro. Y comprendí que el mundo era mío... Después, antes de lanzarme a la prostitución, resolví estudiar... sí, no me mire asombrado, leía de todo... había llegado a la conclusión leyendo novelas, que el hombre admitía extraordinarias facultades de amor en la mujer culta... no sé si me explico bien... quiero decirle que la cultura era un disfraz que avaloraba a la mercadería.
¿Qué es lo que habrá que hacer para no sufrir? Es que llevamos el sufrimiento en nosotros. Una vez llegué a pensar que flotaba en el aire... era una idea ridícula; pero lo cierto es que la disconformidad está en uno.